El tiempo disponible para las tareas alimentarias en los hogares es fundamental para la calidad de la dieta de los niños, niñas y adolescentes [1]. Es decir, tiempo para comprar, almacenar, cocinar, servir, comer, limpiar, desechar y ordenar; además de tareas invisibles como planear lo que se va a comer, saber lo que falta en la casa, administrar el presupuesto y conseguir proveedores, entre muchas otras. Sin embargo, en las sociedades modernas la carencia de tiempo es un vector común a la población, aunque no a todos y todas nos falta el tiempo por igual.
Por razones de género, es decir construcciones socioculturales sobre lo que es ser mujer y hombre y sus responsabilidades asociadas, tradicionalmente hemos sido las mujeres quienes estamos a cargo de las actividades del hogar (i.e. domésticas, reproductivas) y, entre ellas, las alimentarias. Las cifras indican que las mujeres nos encargamos de las tareas domésticas a nivel mundial, independiente del nivel de ingresos de los países, de su estado nutricional o de su tipo de sistema alimentario [2]. En Chile, la única Encuesta Nacional del Tiempo de la que disponemos (año 2015) muestra que las mujeres destinan en promedio 5,89 horas al día al trabajo no remunerado, en comparación con las 2,74 horas ocupadas por los varones para la misma actividad [3]. Esta diferencia se mantiene entre mujeres y hombres con o sin trabajo remunerado.
El tiempo disponible no es una medida abstracta sino un recurso limitado: cada persona tiene una asignación de 24 horas al día, que debe distribuir entre necesidades reproductivas, productivas, comunitarias y de ocio. El tiempo es, por tanto, un bien finito que las mujeres suelen compensar para otros, dedicándolo a satisfacer las necesidades de tiempo reproductivo de otros miembros del hogar. En este sentido, la antropóloga Lagarde se refiere al tiempo de las mujeres como “siendo para otros” [4]. Estas desigualdades de género perpetúan la disponibilidad de una sola persona para las tareas alimentarias, las que son altamente demandantes en tiempo y dedicación. Como resultado, el rol de portera alimentaria (quien se encarga principalmente del abastecimiento y preparación de los alimentos en el hogar) se genera con una escasez de tiempo desde su origen. Hogares con mayores recursos económicos pueden compensar esta carencia por medio del pago a una asesora del hogar (otra mujer) o por la compra de comida preparada de buena calidad nutricional. Ninguna de estas estrategias es una opción para hogares de menor nivel socioeconómico.
Según resultados recientes de la investigación desarrollada por el Centro de Investigación en Ambientes Alimentarios y Prevención de Enfermedades Crónicas Asociadas a la Nutrición (CIAPEC) en hogares del área suroriente de Santiago [5], en la distribución de las tareas reproductivas, entre ellas las alimentarias, radica un espacio de intervención fundamental para mejorar la calidad de las dietas de niños, niñas y adolescentes. Al estudiar una muestra de hogares con acceso similar a los alimentos, pero cuyos niños y niñas presentaron diferencias en la calidad de su dieta, encontramos que una variable relevante es si la mujer a cargo de la alimentación recibe o no apoyo de otras personas en el hogar. Así, por ejemplo, si bien en todos los hogares los alimentos ultraprocesados fueron del gusto de los niños, en los hogares con peor calidad de la dieta (y una sola portera alimentaria), hubo, además, un rechazo de los alimentos saludables como frutas, verduras, legumbres, pescados y agua, a excepción de los lácteos. Este abanico limitado del gusto junto a la falta de tiempo de las porteras alimentarias perjudica tanto la elección de los alimentos que se compran, como las preparaciones en los hogares, donde, aun cuando puede haber alimentos frescos disponibles, se privilegian preparaciones rápidas y fáciles o el pedido de comida rápida desde fuera del hogar.
Adicionalmente, cuando hay una sola mujer a cargo de la alimentación, no hay tiempo para enseñar a niños y niñas a abastecerse de alimentos y a cocinar; habilidades sin las cuales es imposible que puedan sumarse a las tareas alimentarias a medida que van creciendo. Y además, que haya una sola portera alimentaria disminuye la capacidad del hogar de navegar situaciones que salen de la rutina sin afectar la calidad de la dieta de los niños y niñas. Por ejemplo, la cuarentena por COVID-19, la enfermedad de un familiar o la pérdida de un trabajo.
Como contrapunto, en los hogares con mejor calidad de la dieta de los niños, niñas y adolescentes, la mujer a cargo de la alimentación recibió apoyo de otras personas: las abuelas que comparten morada o hijas e hijos adolescentes. En otras palabras, en estos hogares la cantidad de tiempo disponible para la alimentación se multiplicó.
En esta conmemoración del Día Internacional de las Mujeres, es relevante visibilizar que las desigualdades de género que persisten al interior de los hogares no sólo significan una carga excesiva para las mujeres, sino también perjudican el bienestar nutricional de los hogares. Estas desigualdades afectan las decisiones de compra, modulando la conveniencia de los lugares de venta de alimentos por medio del tiempo disponible, y ajustando las prioridades a los gustos de los niños, niñas y adolescentes. Así, influyen en las probabilidades de que los alimentos disponibles en el hogar sean transformados en ingestas de calidad y sean efectivamente consumidos por los niños y niñas.
En este sentido, desigualdades de género y tiempo no son problemas domésticos y privados sino determinantes sociales de la salud capaces de modular la equidad en los resultados de las políticas públicas en alimentación: se puede hipotetizar que quienes tengan mejores condiciones de tiempo, tendrán mejores resultados en calidad de alimentación. Urge, por tanto, que estas desigualdades sean abordadas por la política pública. En particular por las políticas e intervenciones en nutrición integrando una base transformadora de género para promover la participación de todas las personas en la alimentación del hogar.
Referencias
[1] Jabs J, Devine CM, Bisogni CA, Farrell TJ, Jastran M, Wethington E. Trying to Find the Quickest Way: Employed Mothers’ Constructions of Time for Food. J Nutr Educ Behav 2007;39:18–25. https://doi.org/10.1016/j.jneb.2006.08.011.
[2] Njuki J, Eissler S, Malapit H, Meinzen-Dick R, Bryan E, Quisumbing A. A review of evidence on gender equality, women’s empowerment, and food systems. Glob Food Sec 2022;33:100622. https://doi.org/10.1016/j.gfs.2022.100622.
[3] Instituto Nacional de Estadísticas de Chile. Principales Resultados Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2015. 2016.
[4] Lagarde M. Mujeres cuidadoras: entre la obligación y la satisfacción. In: Rincón A, editor. Cuidar cuesta: costes y beneficios del cuidado. EMAKUNDE, 2004, p. 155–60.
[5] Pemjean I, Hernández P, Mediano F, Corvalán C. How are intra-household dynamics, gender roles and time availability related to food access and children’s diet quality during the Covid-19 lockdown? Soc Sci Med 2024;345:116661. https://doi.org/10.1016/j.socscimed.2024.116661.