Parece tan simple: el exceso de peso, que a la larga lleva a obesidad, es el producto de que comamos más energía (calorías) de la que gastamos. Esta energía se acumula en forma de grasa, y la grasa en exceso puede llevar a grandes riesgos para la salud. La definición oficial de obesidad por la Organización Mundial de la Salud (OMS) así lo dice: “una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”.
¿Por qué, si se supone que es un problema tan simple (más calorías consumidas que las gastadas), llevamos décadas luchando sin éxito contra esta enfermedad? La respuesta a esta pregunta no es fácil. Y claramente, hay algo que no hemos estado haciendo bien. No solo no hemos logrado ganarle a la obesidad, sino que continúa aumentando. Hoy es un problema a nivel global, y Chile no se salva: de cada 4 personas de 15 años y más, 3 tienen sobrepeso u obesidad[i].
La multiplicidad de sistemas, órganos y mecanismos que están involucrados en el desarrollo de la obesidad (y sus consecuencias) hacen que en realidad no sea nada de simple. Más allá de la diferencia entre la energía ingerida y la gastada, el sobrepeso y la obesidad son el resultado de problemas en la interacción entre factores genéticos, ambientales y psicosociales que, actuando de diferentes formas, terminan afectando la ingesta de alimentos y el gasto de energía. La obesidad representa un gran problema porque las personas que la padecen tienen por lo general un mayor riesgo de desarrollar enfermedades como diabetes tipo 2, hipertensión, algunos tipos de cáncer, problemas cardiovasculares y hepáticos, además de padecer dificultades con el sueño, la respiración, la reproducción, la locomoción, y muchas veces problemas psicológicos y sociales. Incluso hemos sido testigos de que el COVID-19 se presenta de forma considerablemente más severa en personas con obesidad y sus enfermedades asociadas[ii].
Así que estamos frente a un problema que, aunque su origen lo parezca, no es simple. ¿Cómo puede ayudar la investigación, y en particular, la ciencia básica? La investigación llamada “básica”, que asociamos con experimentos de laboratorio realizados en células, tejidos o animales, nos ha permitido conocer muchos detalles de cómo funciona el organismo cuando recibe un exceso de energía, cómo almacena y gasta la grasa, cómo funciona esta grasa (o “tejido adiposo”) y por qué las personas con obesidad tienen un mayor riesgo de padecer tantas enfermedades. Uno de los enfoques de la mirada básica en obesidad ha sido precisamente estudiar el tejido adiposo para comprender cómo se comporta o altera con la sobrecarga asociada al sobrepeso y la obesidad. Décadas de estos estudios nos han permitido saber que el tejido graso en sí no es el enemigo; de hecho, es un órgano muy importante en el funcionamiento de nuestro cuerpo. Mientras que antes se creía que la grasa solo almacenaba en forma pasiva el exceso de energía, hoy sabemos que es un órgano relevante con funciones que van mucho más allá: produce hormonas, regula el apetito, tiene efectos muy importantes en el metabolismo y si funciona mal, es capaz de alterar todo el resto del organismo. También sabemos que, si comemos en exceso y hacemos poco ejercicio en forma permanente, hay un punto en que el tejido adiposo ya no es capaz de hacer su función de guardar esta grasa en forma segura, y se comienza a depositar en otros órganos, haciéndoles daño y afectando su funcionamiento. Al mismo tiempo, el tejido adiposo mismo se vuelve “enfermo”, comienza a inflamarse y enviar señales de inflamación al resto del organismo. La influencia de la grasa “enferma” sobre otros órganos como el cerebro, el hígado, el páncreas, los músculos y el corazón, afecta la regulación del apetito y saciedad, los niveles de glucosa en la sangre, la sensibilidad a la insulina, la inflamación y la presión arterial, entre otras muchas funciones, alterando así la salud en numerosos niveles.
Y la historia se hace más compleja: la ciencia básica ha sido capaz de establecer que no existe solo un tipo de grasa o un tipo de obesidad. Por diferencias en el funcionamiento y otras características biológicas de los distintos depósitos grasos, el daño que nos puedan hacer los kilos de más va a depender de dónde están ubicados. La grasa en la zona del tronco, central o visceral (que genera la obesidad tipo “manzana”), produce más daño (mayor riesgo de presentar enfermedades metabólicas y cardiovasculares) que la que se deposita en las caderas o muslos (obesidad tipo “pera”)[iii].
Así, la ciencia básica ha hecho un gran aporte para conocer los mecanismos fisiológicos y patológicos asociados a la obesidad y el funcionamiento de la grasa y otros órganos en este desorden. Hemos visto grandes descubrimientos que nos ayudan a comprender por qué la obesidad no es solamente un problema estético, sino que afecta directamente muchos aspectos de la salud y aumenta el riesgo de enfermedades serias y con una alta mortalidad. Y no es solamente un aporte hacia saber por qué, sino que nos orienta a cómo prevenir o buscar soluciones al problema. Sin embargo, en la lucha contra la obesidad, lo cierto es que ninguna aproximación por sí sola es suficiente, y hoy, más que nunca, sabemos que es importante incorporar otras disciplinas que podrían resultar menos obvias, pero que serán muy relevantes a la hora de cambiar la forma como enfrentamos este problema multifactorial. El no comprender la gran complejidad del sobrepeso y la obesidad nos ha hecho perder demasiado tiempo, enfrentándolo como un problema de responsabilidad individual, de disciplina y autocontrol, lo que también ha llevado a una estigmatización y a grandes dificultades en la relación de los pacientes con sus tratantes, y por lo tanto en la efectividad de las terapias. Es necesario comprender que la obesidad tiene importantes componentes sociales y ambientales que han sido ampliamente excluidos de la discusión[iv].
En síntesis, es muy importante tener distintas miradas para entender la obesidad y algún día ganar la lucha contra este desorden. La ciencia básica nos ha entregado muchos conocimientos sobre cómo funcionan y se ven afectados los diversos órganos, así como comprender la relación entre obesidad y las enfermedades que se le asocian. Los estudios básicos nos deberían ayudar a derribar mitos, y a explicar por qué en condiciones ambientales parecidas, algunas personas tienen obesidad y otras no; o por qué algunas personas tienen mayor o menor éxito con diferentes tipos de tratamientos, y tantas otras que ayudarán a desarrollar estrategias más eficaces para su prevención y/o tratamiento. La colaboración de diferentes áreas del conocimiento ayudará a seguir abordando los desafíos. Aún faltan muchos pasos que dar, mucho por entender, a muchos por incorporar. Los datos que aportan los estudios en grandes poblaciones, las observaciones e intervenciones en animales y humanos, las investigaciones desde la biología y lo mucho que pueden aportar las ciencias sociales, permitirán un diálogo muy necesario, si queremos comprender -y algún día superar- este enorme desafío para la salud pública mundial.
Referencias
- [i] MINSAL Primeros resultados de ENS 2016-2017. Disponible en: http://epi.minsal.cl/resultados-encuestas/ [Visitado el 24 de enero de 2022]
- [ii] Rico-Martín S, Calderón-García JF, Basilio-Fernández B, Clavijo-Chamorro MZ, Sánchez Muñoz-Torrero JF. Metabolic Syndrome and Its Components in Patients with COVID-19: Severe Acute Respiratory Syndrome (SARS) and Mortality. A Systematic Review and Meta-Analysis. J Cardiovasc Dev Dis. 2021 Nov 25;8(12):162.
- [iii] Stefan N. Causes, consequences, and treatment of metabolically unhealthy fat distribution.
- Lancet Diabetes Endocrinol. 2020 Jul;8(7):616-627.
- [iv] Peter Congdon. Obesity and Urban Environments. Int. J. Environ. Res. Public Health 2019, 16(3), 464.