Todos en algún momento de nuestras vidas nos equivocamos en la cantidad de alimento que preparamos, descartando gran parte de este después de un almuerzo o cena. Todos hemos pelado una papa, una manzana, una naranja, o una banana y descartamos la cáscara. Incluso si no, seguramente hemos tomado jugo de manzana o vino. Desde la cáscara de papa hasta las toneladas de residuos obtenidos en la producción de jugo de manzana y vino, el final puede ser el mismo: pérdida o desperdicio. Del latín, disperditīio, desperdicio significa desaprovechamiento, acto o efecto de despojar, gasto inútil, acción de perder, pérdida. Pérdida del latín perditam, acto o efecto de perder, ser privado de algo que poseía. Y cuando hablamos de alimentos, los afectados somos nosotros.
Según la FAO, la pérdida de alimentos ocurre a lo largo de la cadena de suministros alimentarios desde la cosecha, mientras el desperdicio de alimentos se produce al nivel de la venta al por menor y el consumo (1). Evitar o disminuir ambos son parte de los objetivos de desarrollo sustentable de la ONU (punto 12), más específicamente el punto 12.3.1: “Pérdida y desperdicio de alimentos globales”.
Mas allá de las repercusiones negativas en la seguridad alimentaria y a la disponibilidad de alimentos, es importante mencionar que cuando se pierden o desperdician alimentos, todos los recursos que se utilizaron para su producción, como el agua, la tierra, la energía, la mano de obra y el capital igualmente se desaprovechan. Además, la eliminación de los alimentos perdidos o desperdiciados en vertederos genera emisiones de gases de efecto invernadero, lo que contribuye al cambio climático.
Estimaciones iniciales de la FAO para el índice de pérdida de alimentos nos dicen que alrededor del 14% de los alimentos se pierden a nivel mundial desde la postcosecha:21,6% de pérdidas en frutas y hortalizas, 25,3% en raíces y tubérculos, 11,9% en carnes y productos de origen animal, 8,6 % de cereales y legumbres, y 10,1% de otros; lo que representa 1/3 de todo el alimento producido para consumo humano (1).
Las estimaciones actuales indican que casi 690 millones de personas están con hambre, equivalente a 8,9% de la población mundial; un aumento de 10 millones de personas en un año y casi 60 millones en 5 años. El número de personas afectadas por una inseguridad alimentaria grave, que es otra medida que estima el hambre, muestra una tendencia ascendente semejante. Según los datos más recientes, en 2019, cerca de 750 millones, o casi una de cada 10 personas en el mundo, estaban expuestos a niveles severos de inseguridad alimentaria (2).
Ahora, si por un lado tenemos la pérdida y/o desperdicio de alimentos, del otro, encontramos la falta del mismo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo podemos contribuir para que esta situación se revierta? El camino ya empezó a ser trabajado por la FAO a través de la creación del “Día Internacional de la concientización sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, que brinda una oportunidad para hacer un llamado a la acción tanto al sector público (autoridades nacionales o locales) como privado (empresas y particulares), con la finalidad de establecer prioridades en las medidas, y avanzar con la innovación para reducir la pérdida y desperdicio de alimentos” (3).
¿Y las universidades? ¿Dónde se insertan en este desafiante contexto? Uno de los mensajes claves descritos por la FAO para el combate de la pérdida y desperdicios de alimentos es que “aumentar la eficiencia de nuestros sistemas alimentarios y reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos exige invertir en innovación, tecnologías e infraestructura” (3). Es evidente que las universidades, a través de sus tres pilares (extensión, docencia e investigación), pueden contribuir en innovación, nuevas tecnologías, infraestructura y, por supuesto, en educación del consumidor. Este último jugando un papel fundamental en el desperdicio de alimentos.
Las universidades son, por lo tanto, cruciales durante el desarrollo de soluciones para los desafíos actuales para el máximo aprovechamiento de materias primas. Es a partir de la ciencia generada y de los proyectos de extensión y transferencia tecnológica que llegan a las empresas soluciones innovadoras y, en consecuencia, al consumidor. El Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA) reafirma su papel en la formación de profesionales altamente calificados para trabajar en las áreas que involucran la pérdida y desperdicio de alimentos globales, siendo pionero a nivel nacional a través del curso de posgrado “Economía circular y desarrollo de productos funcionales y sostenibles a partir de residuos de alimentos” ofrecido desde 2020.
Nuestro instituto y nuestra casa de estudios están comprometidos a demostrar que descubrimientos científicos son fundamentales para indicar los posibles caminos hacia el aprovechamiento integral de los alimentos, considerando sus múltiples implicaciones éticas, sociales, ambientales, culturales y económicas (4).
¿Pero, y usted? ¿Cómo pretende contribuir para evitar las pérdidas y desperdicios de alimentos? Al final, no existe un planeta B.
Referencias
- State of food Agriculture (SOFA). 2019. El estado mundial de la agricultura y la alimentation. Disponível em: http://www.fao.org/state-of-food-agriculture/2019/es/
- FAO, IFAD, UNICEF, WFP and WHO. 2020. The State of Food Security and Nutrition in the World 2020. Transforming food systems for affordable healthy diets. Rome, FAO. https://doi.org/10.4060/ca9692en
- FAO, ¿Por qué es importante reducir la pérdida y desperdicio de alimentos?, 2021. Disponível em: http://www.fao.org/international-day-awareness-food-loss-waste/es/
- Recabarren, P.E. 2017. Pérdida y desperdicios de alimentos: diciembre de 2017. Oficina de estúdios y politicas agrarias.