Por Patricio Peirano, Profesor Titular, y Cecilia Algarín, Profesora Adjunta. Laboratorio de Sueño y Neurobiología Funcional, INTA - Universidad de Chile.
Desde hace siglos conocemos el propósito de tres necesidades básicas de nuestra existencia: comer, beber y reproducirse. La cuarta de ellas, la necesidad de dormir, suele considerarse un fenómeno biológico o comportamiento poco relevante. Sin embargo, cobra mucho sentido lo planteado por un destacado académico: “si el sueño no cumple una función absolutamente vital, entonces es el mayor error que el proceso evolutivo haya cometido nunca”. Más aún si todas las especies que han sido estudiadas duermen.
Dormimos para dar curso a un sinnúmero de funciones para el beneficio de nuestro cerebro y de todo nuestro organismo. En efecto, no existe evidencia que algún órgano principal o algún aspecto de la salud no se restablezca durante el sueño y que, por otro lado, no se perjudique cuando dormimos poco o inadecuadamente. Entre otras, contribuye al restablecimiento de los circuitos cerebrales que subyacen la capacidad de aprender, memorizar, tomar decisiones y elegir apropiadamente y, consecuentemente, el potencial de la vigilia.
Dos tercios de los adultos de muy diversos países no llegan a las ocho horas recomendadas de sueño nocturno. Esta información podría no sorprendernos, pero puede que sí lo hagan sus consecuencias. Dormir habitualmente menos de seis o siete horas por noche reduce el potencial del sistema inmunitario, aumentando, entre otros, el riesgo de padecer un cáncer. Las horas de sueño insuficientes atentan contra el potencial cognitivo, pudiendo incluso encaminar hacia la enfermedad de Alzheimer. El sueño inadecuado por unos pocos días, altera los niveles de azúcar en sangre de forma tal que alcanzan el rango prediabético. Dormir poco disminuye la calidad de las arterias, las fragiliza, predisponiendo a padecer un trastorno cardio o cerebro vascular. A su vez, la interrupción del sueño tiene una influencia manifiesta en diversas afecciones psiquiátricas, como la depresión, la ansiedad o la ideación suicida.
No dormir lo recomendado aumenta la concentración de una hormona que hace sentir hambre (grelina), y disminuye la concentración de otra que señala saciedad (leptina). Puesto que esta condición promueve el incremento de ingesta alimentaria, las personas se convierten en candidatos predilectos para aumento de peso. Tanto así, que los protocolos para bajar de peso serán poco eficaces, puesto que el peso que se pierda corresponderá a masa muscular y no a grasa, contrario a la que ocurre durante el sueño, cuando este es en cantidad y calidad adecuadas.
Si consideramos los efectos, sucintamente expuestos, que el mal dormir tiene sobre la salud, resulta más fácil aceptar un vínculo comprobado: cuánto menos se duerma, se reduce tanto la cantidad como la calidad de vida. Infortunadamente, los seres humanos somos la única especie que se somete voluntariamente a restricción/privación de sueño, aunque implique muchas desventajas. Estas razones han conducido a que la Organización Mundial de la Salud (OMS) haya declarado una epidemia de pérdida de sueño; en efecto, los países en que la reducción progresiva del tiempo destinado a dormir ha sido más marcada, son los que padecen el mayor incremento en las tasas de enfermedades crónicas y trastornos mentales, como los recientemente mencionados.
En síntesis, el sueño en los seres humanos cumple muy diversas funciones, entre ellas (a) fomentar el crecimiento y desarrollo óptimos del cerebro; (b) mejorar el aprendizaje, la atención, la memoria, la eficiencia sináptica y la plasticidad; (c) regular las emociones, el apetito, la alimentación, el peso corporal, la evaluación de riesgos y las conductas de búsqueda de placer; (d) fortalecer la función inmunológica; (e) brindar la condición para limpiar el cerebro de desechos celulares y neurotoxinas. La importancia de una función u otra varía en función del período del ciclo vital.
Finalmente, considerando el sostenido incremento de la prevalencia de los trastornos del sueño en todos los continentes, tal como se enfatiza en el congreso de la Sociedad Mundial de Sueño en curso (marzo de 2022), es relevante incluir la dimensión de los patrones del dormir en las propuestas de promoción de salud y de prevención de enfermedades crónicas.