Inseguridad Alimentaria en Chile y en el Mundo

Inseguridad Alimentaria en Chile y en el Mundo

El concepto de seguridad alimentaria surgió de la Primera Cumbre Mundial de Alimentación el año 1996. Según FAO, una persona padece inseguridad alimentaria cuando carece de acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida activa y saludable. Esto puede deberse a la falta de disponibilidad de alimentos o a la falta de recursos para obtenerlos (acceso) (1).

Chile estuvo en inseguridad alimentaria en la década de 1980, cuando el producto interno bruto cayó en un 12% en 1982 y luego en un 2% agregado al año siguiente, produciéndose una desocupación cercana al 50% de la fuerza laboral. En esos años, mediciones de ingesta calórica realizadas en la periferia de Santiago mostraron un consumo por persona de 1600 a 1700 calorías, en base a pan, té con azúcar, arroz, fideos y papas. Con la reactivación económica a fines de los 80 la situación cambió y mediciones realizadas en los mismos lugares en 1993 mostraron un consumo de 2700 a 3100 calorías por persona, lo que coincide con el incremento de la obesidad en el país (2).

Desde esos años hasta la pandemia de coronavirus del 2020, no hubo en Chile problemas de disponibilidad de alimentos y solo se describió falta de acceso económico en algunos sectores más vulnerables. Con la crisis del coronavirus, la inseguridad alimentaria aumentó levemente, lo que hizo que el gobierno repartiera cajas de alimentos a un sector importante de la población el año 2020, con lo cual se disminuyó en parte el incremento de inseguridad alimentaria que se había producido. Durante el año 2021 mejoró el acceso a alimentos y bienes de consumo por los sucesivos aportes estatales y retiros de fondos de pensiones, hasta que se disparó la inflación el año 2022 y aumentó el precio de los alimentos.

A nivel mundial la seguridad alimentaria se ha visto amenazada por varios factores. El cambio climático ha producido una sequía extensa que afecta a los países más pobres, y en otros lugares se producen inundaciones que dañan la producción agrícola. A esto se agregan las consecuencias de la pandemia del coronavirus y en el último tiempo la guerra de Ucrania que tiene dos efectos directos: disminuye drásticamente las exportaciones de granos (trigo, cebada) y de aceite vegetal y favorece la escasez de fertilizantes. Rusia es el primer exportador mundial de productos nitrogenados; segundo en productos potásicos y tercero en fosfatos. Por otra parte, aumenta el precio de los combustibles y del transporte a nivel mundial, interrumpiendo la cadena de suministros, todo lo cual ha llevado a un incremento del precio de los alimentos a niveles que nunca se habían visto.

Según el Banco Mundial, los precios récord de los alimentos han desencadenado una crisis que llevará a millones de personas más a la pobreza extrema, magnificando el hambre y la malnutrición, al tiempo que amenaza con borrar los logros del desarrollo que tanto costó conseguir, con un mayor impacto en las personas de países de ingresos bajos y medios, que gastan una mayor proporción de sus ingresos en alimentos en comparación con personas de países de ingresos altos (3).

La FAO, por su parte, ha alertado que la oferta alimentaria interna de Chile se podría ver afectada en el mediano plazo por variaciones súbitas en los flujos globales de alimentos. Por lo tanto, se hace urgente mantener abiertos los canales de cooperación internacional y a la vez desarrollar estrategias que garanticen una mayor producción local. Con respecto al año pasado, la canasta básica de alimentos de 80 productos subió un 23% y hoy día está en $56.000 por persona, lo cual es muy alto para el ingreso básico promedio nacional. Afortunadamente, los precios de alimentos han disminuido levemente desde marzo a la fecha, en parte por las buenas cosechas del hemisferio norte, en especial Canadá y Estados Unidos.

Chile es un gran productor y exportados de frutas y algunas hortalizas. Por su situación geográfica privilegiada, es uno de los principales exportadores de frutas a nivel mundial, siendo el primero en uva de mesa, arándanos, ciruelas, cerezas, manzanas desecadas y está en los primeros lugares en palta, kiwi, frambuesas, ciruelas secas y jugos envasados. Sin embargo, el consumo de frutas y verduras en Chile es muy bajo y solo el 15% de la población cumple con la recomendación de consumir 5 porciones de frutas y verduras al día (4). El consumo de pescado es de solo 7 kilos por habitante al año; en cambio el de carnes bovina, la mayor parte importada de Argentina y Paraguay, más aves y cerdos de producción nacional, es de 87,5 kilos y paradojalmente somos los principales exportadores de salmón en el mundo junto con Noruega. Además de las carnes, nuestro gran consumo es el pan (proveniente de trigo 60% importado) azúcar y aceites, también importados.

Chile dejó de producir legumbres y las que se comen en el país son importadas de Canadá y España. Entonces podemos decir que parte importante de nuestra dieta proviene de alimentos importados y que nuestra producción alimentaria de frutas y salmones, altamente saludables, se exporta.

Ello ocurre debido a que nuestras políticas agrícolas, alimentarias y comerciales favorecen nuestra inserción en la economía global como productores y exportadores de recursos naturales, que privilegian la producción y exportaciones de frutas, salmones y productos forestales, por sobre los alimentos de consumo básico.

La actual crisis alimentaria, con un alza excesiva del precio de alimentos como el pan y el aceite, podría ser una oportunidad para cambiar nuestros hábitos poco saludables, como son el consumo de pan, harinas y frituras, por alimentos más saludables y de producción nacional como frutas y verduras. Los precios de frutas y hortalizas, si bien han subido, pueden tener variaciones estacionales a la baja y ser comercializados directamente en circuitos de cadena corta, directamente del productor al consumidor, sin el gasto de transporte de productos importados, que además implica producción de CO2 que afecta el medio ambiente.

Además, se sabe que la producción de frutas y hortalizas es más amigable con el medio ambiente: no requiere grandes extensiones de terreno como los cereales ni praderas como los bovinos; favorece a pequeños y medianos agricultores, y por, sobre todo, el consumo de agua es mínimo: para producir un kilo de verduras se requieren 300 litros de agua; para frutas 400 a 900 litros y para un kilo de trigo se necesitan 1.500 litros de agua. El extremo lo tiene la producción de carne de bovino, que para producir un kilo requiere 15.000 litros de agua (5).

Para terminar, nos hacemos eco de lo que señaló la EAT–Lancet Commission 2019 (6): “El consumo mundial de frutas, vegetales, frutos secos y legumbres deberá duplicarse, y el consumo de carne roja y azúcar deberá reducirse en más de un 50%. Una dieta rica en alimentos de origen vegetal y con menos alimentos de origen animal confiere una buena salud y beneficios ambientales

Referencias

  1. FSIN Food Security Information Network. Global Report on Food Crises (GRFC 2022). Joint Analysis for better decisions. Global Network Against Food Crises. https://www.fao.org/3/cb9997en/cb9997en.pdf
  2. Vio F, Albala C. Nutrition Policy in the Chilean Transition. Public Health Nutrition 2000; 3:49-55.
  3. Food Security Update - July 15, 2022 https://www.worldbank.org/en/topic/agriculture/brief/food-security-update
  4. Ministerio de Salud, Gobierno de Chile. Encuesta Nacional de Salud 2016-2017. Primeros resultados. Departamento de Epidemiología. División de Planificación Sanitaria. Subsecretaría de Salud Pública. Santiago, noviembre 2017
  5. Día Mundial del Agua: se requieren 15.000 litros de agua para generar un kilo de carne, señala la FAO. https://www.fao.org/americas/noticias/ver/es/c/229495/
  6. Willet W. et al. Food in the Anthropocene: the EAT–Lancet Commission on healthy diets from sustainable food systems 2019. The Lancet Commissions 2019; 393:447-492.

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