Mecanismos del envejecimiento: el ataque de las “células zombie”

Mecanismos del envejecimiento: el ataque de las “células zombie”
¿Qué son las “células zombie”?

El término científicamente correcto para las “células zombie” es “células senescentes”. Sin embargo, el término “zombie” (aparte de ser más pegajoso) se asemeja bastante a la realidad, pues son células dañadas que dejan de cumplir su función normal, pero que se rehúsan a morir. Además, hacen que sus células vecinas también se vuelvan senescentes, similar a un zombie que infecta a personas normales.

¿De dónde provienen las “células zombie”?

Cuando una célula sufre daño, tiene tres opciones: o se recupera, o se muere, o entra en senescencia. De este modo, la senescencia ocurre cuando la célula sufre un daño que es irreparable, pero que no la mata del todo. Producto del daño, las células senescentes dejan de cumplir su función normal. También dejan de multiplicarse, para evitar la propagación del daño al resto del tejido. Importantemente, estas células son resistentes a la muerte, pues adquieren una nueva función: generar señales de alarma que atraen a células del sistema inmune, llamadas macrófagos, para que las eliminen. Esto corresponde a una respuesta pro-inflamatoria. Después de remover las células dañadas, se inicia una respuesta anti-inflamatoria, que permite que el tejido se regenere. Una vez que el daño es reparado y se apagan las respuestas del sistema inmune, se habla de resolución de la inflamación. Así, desde un punto de vista biológico, las células senescentes son fundamentales para que los tejidos se adapten a las condiciones adversas. Sin embargo, con el paso del tiempo, estas células tan beneficiosas se vuelven nocivas para la salud.

¿Por qué las “células zombie” se vuelven nocivas?

Con el paso del tiempo o con el daño acumulativo, el sistema inmune se vuelve menos eficiente, y no puede remover la totalidad de las células senescentes. Entonces, las células senescentes se acumulan en los tejidos. De la misma forma, las señales de alarma que producen también se acumulan, manteniendo lo que se denomina inflamación crónica. Son estas mismas señales de alarma en excesos las que, en vez de activar al sistema inmune, afectan a las células normales, induciendo en ellas senescencia celular. En otras palabras, la senescencia se propaga a medida que vamos envejeciendo. Y como las células senescentes son disfuncionales, su acumulación hace que los tejidos dejen de funcionar de manera normal, provocando así las características del envejecimiento. Además, la inflamación crónica impide los mecanismos normales de reparación del tejido, haciendo que este se remodele, volviéndose rígido en vez de elástico, lo cual se denomina fibrosis.

¿Qué cosas ocurren cuando se acumulan las “células zombie”, por ejemplo?

Un ejemplo visible de las células senescentes son las manchas a la piel que aparecen con la edad avanzada (denominadas “lentigo senil”). Éstas se producen por células senescentes disfuncionales que producen exceso de pigmentación y que al propagarse a sus células vecinas forman una mancha visible. Además, la pérdida de elasticidad de la piel asociada a la senescencia es responsable de la formación de arrugas. Por supuesto, esto no ocurre solamente en la piel, sino que forma generalizada en el organismo, incluyendo el hígado, riñones y corazón, entre otros órganos. Es por ello que el proceso de envejecimiento se caracteriza por un deterioro progresivo en la función de los tejidos con la consecuente aparición de enfermedades crónicas.

¿Existen tratamientos para combatir a las “células zombie”?

En la actualidad, se están llevando a cabo múltiples esfuerzos científicos para diseñar tratamientos que eliminen a las células senescentes. Uno de estos posibles tratamientos son los denominados “senolíticos”. La forma en que actúan estos fármacos es induciendo la muerte de las células senescentes de manera específica, evitando que se acumulen y así preservar la función de los tejidos. Sin embargo, estos fármacos se encuentran aún en etapa de desarrollo. Por supuesto, el desafío que tienen estos tratamientos es que deben ir acompañados con estrategias que favorezcan la regeneración del tejido normal. Después de todo, ésa es la función de las células senescentes en el organismo.

¿Qué se puede hacer entonces para evitar la acumulación de “células zombie”?

La mejor estrategia es la prevención. Si se disminuye el daño que sufren las células, se disminuye la generación de células senescentes, prolongando el período saludable de los tejidos. Acciones sencillas que se pueden realizar, por ejemplo, son:

  • Utilizar protector solar a diario, pues la radiación UV del sol provoca senescencia a las células de la piel, y con ello la aparición de manchas y arrugas. Además, las células dañadas pueden volverse cancerígenas, riesgo que aumenta especialmente con la edad, pues la remoción de células dañadas se vuelve deficiente.
  • Controlarse la presión arterial regularmente, ya que un nivel elevado de la presión daña las células de los vasos sanguíneos, los cuales se vuelven progresivamente más rígidos y estrechos. Esto puede provocar bloqueo de los vasos sanguíneos más finos, llevando a infartos especialmente en el corazón y el cerebro.
  • No fumar, porque el humo del cigarrillo contiene sustancias oxidantes que dañan las células, produciendo inflamación crónica y pérdida de elasticidad de las vías aéreas, generando dificultad para respirar y empeoramiento de la condición física. Y al igual que la radiación UV, puede conducir a cáncer.
  • Consumir diariamente frutas y verduras, pues contienen sustancias antioxidantes las cuales, como su nombre indica, evitan que las células sufran daño oxidativo, el cual es el principal tipo de daño que provoca senescencia celular. Es por ello que muchos antioxidantes tienen propiedades anti-inflamatorias y pro-regenerativas.
  • Realizar actividad física moderada-alta, dado que el esfuerzo físico obliga a nuestras células a adaptarse a la sobrecarga de trabajo; y una de las formas en que lo hacen es incrementando sus defensas antioxidantes. Dicho de otra forma, la actividad física “entrena” a nuestras células para enfrentarse a posibles daños.

En síntesis, existen múltiples fuentes de daño, muchas de ellas evitables, que favorecen la acumulación de células senescentes, proceso que es responsable del deterioro de nuestra salud.

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